Quitad, pues, ahora los dioses ajenos que están entre vosotros, e inclinad vuestro corazón al Señor… (Josué 24:23).
Los hombres del grupo de estudio bíblico rondaban los 80 años, así que me sorprendió saber que luchaban con la lujuria. Una batalla que había comenzado en su juventud y que continuaba. Cada día, prometían seguir a Jesús en esta área y pedían perdón por sus fracasos.
No debería sorprendernos que hombres piadosos y ya mayores todavía luchen contra tentaciones básicas. Un ídolo es algo que amenaza ocupar el lugar de Dios en nuestra vida, y esas cosas pueden aparecer después de suponer que desaparecieron.
En la Biblia, Jacob regresaba a Bet-el para adorar a Dios y celebrar sus numerosas bendiciones, pero su familia aún guardaba los ídolos extraños que él tenía que enterrar (Génesis 35:2-4). Después de que Israel derrotó a sus enemigos y se estableció en Canaán, Josué también tuvo que advertirles: «Quitad, pues, ahora los dioses ajenos que están entre vosotros, e inclinad vuestro corazón al Señor» (Josué 24:23). Y al parecer, Mical, la esposa del rey David, también conservaba ídolos, ya que puso uno en su cama para engañar a los soldados (1 Samuel 19:11-16).
Los ídolos son más habituales de lo que pensamos, y Dios es más paciente de lo que merecemos. Seremos tentados a volver a ellos, pero el perdón de Dios es mayor. Apartémonos para Jesús, dejando atrás nuestros pecados.