Cuando Jesús entró en Jerusalén, fue reconocido como el Rey prometido, aquel que traía esperanza y salvación. Hoy, también somos invitados a proclamar su realeza en nuestras vidas. Reconocerlo como nuestro Rey es rendirle el corazón, confiar en su paz y vivir para su gloria. Que cada día nuestras palabras y acciones sean una alabanza viva, honrando al que vino a darnos vida eterna.