Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación. Mateo 5:4.
En este versículo, Jesús nos recuerda que el dolor no es en vano cuando se vive con fe. Aquellos que lloran, que sufren por la pérdida, por el pecado o por las heridas del alma, no están solos. Dios mismo promete consolar a los que se acercan a Él con un corazón quebrantado. Su consuelo no es temporal ni superficial, sino profundo y eterno. En medio del llanto, hay esperanza; en medio de la tristeza, hay un Dios que abraza y restaura.
Dios no ignora tus lágrimas, las transforma en consuelo.
