En una aldea de tierra seca y sol ardiente, vivía un hombre llamado Simeón, un humilde campesino que había leído muchas veces el
Salmo 1: “Será como árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto en su tiempo...”Soñaba con plantar un olivo que diera fruto por generaciones. Así que un día, con sus propias manos, cavó un hoyo en la tierra dura y plantó una pequeña rama de olivo.
Pasaron los años. Cada día, Simeón caminaba hasta su olivo con una vasija de agua, aunque muchas veces no tenía suficiente ni para él.
Lo regaba, lo protegía del viento, y oraba:
—Señor, tú haces crecer al que confía en ti.
Los vecinos se burlaban:
—¡Ese árbol nunca crecerá! ¡Esta tierra es estéril!
Pero Simeón no dejaba de cuidar su olivo.
Un año vino la sequía. Otro año, una plaga. A veces parecía que el árbol moriría. Pero él recordaba las palabras de Gálatas 6:9: “No nos cansemos de hacer el bien, porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos.”
Finalmente, después de muchos años, cuando sus cabellos ya eran blancos, el olivo floreció. Dio frutos grandes y aceite abundante. Los hijos de los que se burlaron ahora venían a pedirle semillas.
Simeón sonrió y dijo:—No fue mi fuerza, sino la fidelidad de Dios. Yo sólo perseveré.Moraleja:Como Simeón, quienes confían en Dios y no se rinden, verán fruto en su tiempo. La perseverancia, alimentada por la fe, siempre da cosecha.